Las cabañas |
La posada es un lugar peculiar, imagino que habrá más lugares peculiares del estilo por aquí pero este ha sido el primero que visitamos. Las habitaciones son cabañitas individuales en las que se tiene todo lo necesario para sobrevivir a un crudo invierno: Cama, mesa y sillas, TV, baño con ducha, frigorífico y chimenea. Desafortunadamente no pudimos utilizar la chimenea porque hacía muchísimo calor. Este invierno está resultando bastante cálido y seco. Una pena porque siempre es agradable oler a leña quemada.
La única pega que le ví a la cabaña fue la cama que no da para que me estirara completamente, creo que era de 180 de largo. En cualquier caso nada impidió mi descanso, ni los pájaros que trinan de mañana ni los ¿gatos? que se pasean por el techo de noche.
Vistas matutinas |
Despertar por la mañana y abrir la ventana fue más de lo que esperaba. Como llegamos de noche no veíamos nada del entorno donde nos encontrábamos y, al abrir la ventada el panorama se desveló espléndido. Estábamos en medio del monte, rodeados de árboles frondosos y frescos, con muchísimos pájaros volando por ahí, disfrutando del sol matutino.
Con una perspectiva tan alagüeña nos fuimos a desayunar a la cabaña recepción-restaurante. Nos acogió la reproducción de un DVD de un señor alemán que debe ser famoso, que toca el violín. Y vaya espectáculo tan grandioso, tocan en el monte, en el teatro, en el bar, en la corte... todo con fino humor alemán y en ese perfecto idioma.
El desayuno que ofrece la posada es muy bueno, con bastantes tipos de bizcocho, pan, zumos, mermeladas, fruta, embutido. Aquí se puede hacer uno fuerte y no salir en todo el día y hacer bueno eso de que el desayuno es la comida más importante del día.
Con la panza llena nos fuimos a Campos de Jordao, ahora sí. A ver qué nos deparaba porque nos lo ponían muy bien.
Bienvenido a Brasil |
Aparcamos el coche en una de las calles laterales en las que no hay que poner cartón de aparcamiento pero en las que hay mozos que te vigilan en coche y luego les das una propina.
Camino al auditorio (porque queríamos oir algo de música) paseamos viendo arquitectura local típica de otras latitudes más alpinas y que, al menos a mí, me chocaban bastante. Paseamos entre cientos de tiendas de ropa de casi lujo (por el precio) y de chocolate antes de llegar a la plaza donde se iba a dar el concierto. Habían puesto sillas así que nos sentamos a esperar. Nos hicieron amena la espera, en la silla teníamos folletos de propaganda y un mapa de carreteras del estado de Sao Paulo de buena calidad así que, agradecidos, lo tomamos.
Como hacía sol, se pusieron a repartir viseras blancas y pillamos un par de ellas. Nosotros y todo el mundo porque había para todos. El gradería se volvió un mar blanco. Más tarde pasaron repartiendo gorras rojas y se convirtió en un mar rojo.
Ya con gorra roja |
El concierto muy bien, no se esperaba menos, con música clásica que todo el mundo conocía. Handel, Mozart y en un bis, hasta John Williams (tocaron el tema de Harry Potter).
Trío de contrabajos |
Descenso en telesilla |
A la vuelta volvimos a pasar por la plaza y había otro concierto así que allí descansamos antes de volver a casa.
La vuelta al coche fue entre riadas de personas que habían tomado las calles para una noche de fiesta loca. Lo que antes eran tiendas de ropa y chocolate eran ahora pubs y discotecas. No los mismo locales, pero sí en proporción de lo que se veía. Había hasta una demo en la tienda de Hyundai con un coche transformer que alababa las maravillas de la marca en Brasil.
Que comience la fiesta |
¿Brasil? |
Me fui de Campos de Jordao con un sabor de boca un tanto amargo. Está claro que hay que conocerlo por lo que representa para los brasileños ricos de Sao Paulo y por el festival de Invierno pero por lo demás... bueno. Es muy artificial para mi gusto, no da la impresión de ser Brasil y todo está centrado en el turismo de consumo.
Al día siguiente nos quedamos en los alrededores de la posada haciendo algunos paseos por los alrededores y viendo unos pequeños saltos de agua que nos reconciliaron con la región. Las pistas que tiene la posada no son nada difíciles de caminar. Son cortitas, pero te lleven entre árboles muy frondosos y altos, al lado del río y los saltos que hay no son espectaculares pero sí relajantes y merece la pena darse unos paseos para verlos. En menos de hora y media se pueden recorrer las tres cachoiras (saltos) y el lago que tienen.
Para terminar bajamos al pueblo, Santo Antônio do Pinhal, y nos paseamos por él. Este sí que es auténtico y agradable. No tiene nada pero resulta cómodo y natural. Además, parece punto de partida de rutas de mountain bike porque vimos a muchos ciclistas volver al coche después del paseo.
Allí comimos en un árabe a un precio muy razonable y nos volvimos a Sao Paulo mucho más rápido de lo que vinimos porque no encontramos apenas tráfico. ¡Olé!